noviembre 6, 2017 @ 6:30 am
En
México se culpa al político de la corrupción, sin embargo, ella nace del propio
pueblo; El modelo del cangrejo; Nuestra cultura de omisión de leyes.
Santo Tomas de Aquino en el Tratado
sobre el Gobierno nos entrega una lapidaria frase que es
necesario reflexionar para despertar en el mexicano la reflexión y la
autocrítica.
“Dios
enviará malos gobernantes a los pueblos pecadores”. En este sentido
confirma el poeta inglés William Blake. “Cada pueblo tiene
los gobernantes que merece”.
Por lo tanto, ¿Cuál es el pecado que infesta de corrupción a
nuestra sociedad? ¿Por qué los mexicanos somos merecedores de nefastos
gobiernos? ¿Acaso, nos encontramos históricamente condenados a seguir sufriendo
estos embates para continuar rezagados en el subdesarrollo, en el caos, en el
constante retroceso de la ignorancia lacerante?
La respuesta a estos cuestionamientos no es
tarea sencilla porque significa enfrentarnos ante el espejo como pueblo y
Nación. Lo cual, no es fácil cuando se ha conformado una cultura que se resume
en el dicho popular; “El
que no tranza, no avanza”.
Precisamente, sobre estos aspectos, se
refiere en la “Historia
General de México” editado por el Colmex, un episodio poco
recordado en nuestro país. Nos referimos a la intervención yanqui de 1846-1848
cuando la bandera norteamericana fue puesta a ondear en Palacio Nacional. En
aquel momento, en Washington se discutió, sí era conveniente integrar a México
como una estrella más de la Federación Americana. Muy cerca estuvimos de ser
parte de los Estados Unidos Americanos. Sin embargo, se impuso el argumento
entre los senadores de aquel país del norte quienes denunciaban que los
mexicanos somos por base ingobernables por carecer de una educación enfocada al
respeto de la Ley. Finalmente, de aquí se dejó marcado que a “México
no se le domina directamente mediante su política sino a través por sus
mercados”.
La diferencia entre la independencia
norteamericana y la mexicana es que la primera los Founding Fathers en
particular Jefferson, Willson, Pain, Hamilton después de acabada la guerra
procuraron el diseño de un sistema educativo centrado en otorgar al ciudadano
las bases de interpretación de las leyes a fin de procurar la armonía social y
su detonante económico. En última instancia un sentido común cívico que evita
las conductas animales primarias para resolver los problemas de convivencia. En
cambio, en México una vez lograda la independencia, no se procuró tal diseño
sino al contrario una lucha de facciones que continua hasta la actualidad donde
más bien se ha fomentado el paradigma entre la clase gobernante que
el “pueblo
ignorante es controlable”.
Aún hay más, en la segunda intervención
francesa después de la expulsión de los ejércitos invasores y el fusilamiento
de Maximiliano quedo ante la comunidad internacional el modelo del mexicano
como cangrejo. Así se referían franceses, belgas, austriacos a que el mexicano
es un cangrejo en un cubo donde ninguno permite que salga adelante su destreza
para salir de esa situación que le aprisiona.
De esta manera, podemos ver los resultados en
las calles cada día. Una ignorancia multidimensional de mexicanos contra
mexicanos. De un país donde las leyes son letra muerta. Por ejemplo, a pesar de
contar con una infinidad de reglamentos para regular el comercio, o la
salubridad en alimentos preparados, ni la autoridad, ni los ciudadanos tomamos
en consideración. Por ello, nuestras vías de alta velocidad como es el caso del
Periférico desde los Pinos hasta Polanco se encuentra plagado por un mercado
ambulante que ofrecen cigarros, refrescos, gorditas de nata, espejos, hasta
mapas para no perderse en las horas pico. Que decir de los hospitales públicos
donde se venden alimentos en zonas de riesgo de infecciones. Ningún ciudadano
reflexiona la situación por carecer de bases educativas en el Imperio de la Ley
que cada peso que se entrega a este comercio irregular y desleal se concentra
en la corrupción. Con ello, se paga la protección del hampa como también a
funcionarios corruptos e incluso son llave de acceso a puestos políticos como
regidores, diputados, delegados o presidentes municipales. En este sentido, el
ciudadano no es una víctima sino el máximo corruptor del sistema que esconde la
mano tras lanzar la piedra.
Lo interesante, en todo este juego dialéctico entre corruptor y corrompido es que todos quieren dinero y mejores condiciones económicas en
la inmediatez del momento, sin embargo, son incapaces de comprender que la
mayor derrama económica se encuentra en un proyecto de mediano y largo plazo
precisamente en la educación y en el respeto de las leyes.
Finalmente, dejo a la reflexión del lector
las siguientes preguntas: ¿Cuántas horas hombre estamos dispuestos a seguir
gastando por el colapso de nuestras vías de comunicación debido a nuestra
cultura de omisión de leyes y reglamentos? ¿Cuántas más generaciones
condenaremos a la ignorancia, la corrupción y el rezago ante el mundo? acaso,
¿El mexicano seguirá siendo sinónimo de corrupción ante la comunidad internacional?
recuperado el 8 de noviembre de 2017